Margarita Morais, alma de la Fundación Eutherpe: “No se da Música como se debería porque la sociedad no lo pide”

29/7/2023

Pianista de formación, Margarita Morais renunció a los aplausos de los conciertos. Religiosa carmelita, asumió que tocar frente al público con hábito en los años sesenta habría sido un ejercicio de “vanidad”. Docente también de vocación, disfrutó hasta el éxtasis en clases en las que había niños que acababan embelesados de intérpretes del siglo XIX. Por el camino, sin pretenderlo, esta cántabra cuyo árbol genealógico la emparienta con Francisco de Quevedo se convirtió en programadora tras crear una asociación, bautizarla con el nombre de una musa de la música, hacer de un trastero una sala para actuaciones y traer a jóvenes de más de medio centenar de países a León, ciudad de la que es Hija Adoptiva. Y llegaron finalmente los aplausos en forma de galardones: la presidenta de la Fundación Eutherpe recibe este jueves el Premio Valor Añadido a la Educación. “Se aprende mucho enseñando”, dice con la misma sonrisa con la que abre la puerta.

Nacida en el Valle de Iguña (Cantabria), en Margarita Morais se juntó el deseo de su padre y la vocación de su madre. “La abuela de mi padre ya había estudiado piano en París (...). Y él recordaba a su madre tocando el piano”, cuenta. De origen gallego, su progenitor quiso proyectar aquellos recuerdos en su descendencia. Las siete hijas de este empresario de productos lácteos estudiaron música. Margarita empezó a los 7 años de edad en el colegio de las Hermanas Carmelitas y terminó la carrera superior. Su madre había hecho Magisterio. No ejerció en ninguna escuela, pero sí lo hacía en el día a día en casa. “Era estricta y ordenada”, señala al evocar aquellos años en los que a ella le tocó “ceder mil veces” siendo la tercera en edad en una familia de 12 hermanos. “Y eso marca mucho en la convivencia”, remacha. A la música llegó por deseo de su padre y en ella acabaría volcando la vocación de su madre.

Morais ingresó en la Congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad. “Me gustaba aquella vida, medio monástica, con un poco de misterio, fantasía, ilusión y generosidad. Había una mezcla de todo aquello”, apunta. Estaba en el noviciado cuando la general de entonces pasó por delante y le dijo: “La veo a usted en Roma”. Y a los dos días se marchó al Pontificio de Música Sacra. Fue una experiencia reveladora y transformadora. “Descubrí que tenía vocación para la enseñanza”, resalta sobre aquellos tres años, entre 1968 y 1971, en los que acabó formándose para formar a veces entre el asombro de descubrir cosas nuevas (“al principio me sentía como una hormiguita; nunca había oído hablar del origen de la escritura musical”) sin perder la esencia: “Yo siempre estaba sonriendo en las clases. A mí me querían mucho”.

Regresó de Roma convencida de la necesidad de volcar lo aprendido: “Vine como loca. No me daba tiempo a enseñar todo”. Pero había que hacerlo “con mucho tacto” para no entrar en enfrentamiento con los métodos educativos de la época en España. “Los principios no fueron fáciles. Había una cuna de otro tipo de enseñanza. Tenía mucha prudencia. Y me las ingeniaba para enseñar a los niños y los jóvenes cosas muy bonitas, pero que no tuvieran comparación”, expone. Su primera experiencia fue en Villafranca de los Barros (Badajoz), donde montó una Escuela de Música y el coro obtuvo el primer premio de Radio Televisión Española. En 1976 llegó a León, donde ya había una Escuela de Música formada.

No sé si todavía estamos preparados para sistematizar la enseñanza de Música en la escuela. Debería ser como en un conservatorio moderno, pero mejor dosificada

Margarita Morais daba clases en la educación reglada y en la complementaria. “Si te gusta la educación, siempre estás discurriendo. Enseñando también se aprende de los alumnos”, recalca todavía con el regusto dulce de comprobar algunas “reacciones” detrás de los pupitres. Y así hubo un día en el que habló de forma tan apasionada de Clara Wieck, la primera pianista internacional y esposa del compositor Robert Schumann, que al finalizar la clase un alumno de apenas 9 años de edad se le acercó. “¿Me puedes dar la dirección de Clara?”, le preguntó. Al comprobar la sorpresa, todavía se aproximó para susurrarle al oído: “¿Qué pasa? ¿Que se ha muerto?”. Wieck nació en 1819 y falleció en 1896. “Pero dos siglos para ellos es la semana pasada”, relativiza Morais. La anécdota resulta mejor termómetro de calidad docente que cualquier inspección de Educación.

La enseñanza musical en la educación reglada sigue siendo, a su entender, una asignatura pendiente. “Nunca hemos tenido Música como debería haber en la escuela”. ¿Y cómo debería ser? “Como en el conservatorio moderno, pero mejor dosificada (...). Y cada año ir subiendo la dificultad. Otros países vecinos lo hacen así. Y algún día lo tendremos así en España, de forma que se enseñe a leer música y a cantarla”, responde. “Todavía no se ha conseguido”, agrega, “porque la sociedad no lo demanda. Tenemos tres conservatorios en la provincia, tenemos auditorios, pero la sociedad no encuentra necesario que se estudie Arte. Habría que cantar desde el primer día. Y los políticos no toman medidas porque salen de esa misma sociedad que no demanda esto”. Y todavía apostilla: “No sé si todavía estamos preparados para sistematizar la enseñanza de Música en la escuela”.

Morais, que sí ha vivido cierta evolución educativa (“cuando yo estudié lo primero era el solfeo y ahora nosotros ya desde el primer día hacemos solfeo y piano”), dio un paso más, en este caso imprevisto, cuando intentó ocupar un hueco por cubrir. Había empezado a ofrecer cursos cuando le plantearon la opción de crear una asociación de pianistas. La principal demanda del momento era tener espacios para tocar. Y así reconvirtió un trastero del Colegio del Sagrado Corazón. El resultado fue la creación de la Asociación Pianística Eutherpe y la Sala Eutherpe, que tomaron el nombre de la musa de la música y abrieron en 1999, por lo que se preparan para celebrar su 25 aniversario en 2024. El círculo lo cierra un piano de 1820 perteneciente a los antepasados de Margarita Morais que hoy luce en ese trastero convertido en sala de conciertos.

Las fundaciones normalmente tienen un presupuesto que viene de los bancos, de una herencia... Nosotros nacimos sin nada. Fuimos muy atrevidos. Pero yo creo que en los proyectos que hacemos

La sorpresa fue mayúscula. El primero que llegó a una sala pensada para servir de escenario a jóvenes de León y lugares cercanos lo hizo desde el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Son ya más de 7.600 intérpretes procedentes de hasta 52 países (“y no pagamos ni el viaje ni el caché”) los que han interpretado obras de los más grandes compositores de la historia en la Sala Eutherpe. “Nunca pensé esto”, admite Morais, sorprendida tanto por la cantidad como por la calidad. “Ahora los principiantes son maravillosos. Nos dejan petrificados. Al principio había mucha diferencia entre el nivel de algunos países y el de España, pero hoy esa diferencia ya no existe”, añade la pianista y docente volcada plenamente en la faceta de programadora desde que hace seis años se cayó por las escaleras (“vivo de misericordia”) y se lastimó el brazo.

Eutherpe sacó una sala de la nada y formó un público que no existía en León. El siguiente paso, también singular, fue crear en 2004 la Fundación Eutherpe para “dar más categoría”. “Nosotros hemos nacido al revés que todas las fundaciones”, cuenta Morais, y vuelve a sonreír antes de explicar: “Las fundaciones normalmente tienen un presupuesto que viene de los bancos, de una herencia... Y con ese dinero crean la fundación. Nosotros nacimos sin nada. Fuimos muy atrevidos. Pero yo creo que en los proyectos que hacemos”. Tanto lo hizo que la Fundación Eutherpe también se embarcó en la creación del Ciclo de Maestros Internacionales desde 2006 en el Auditorio Ciudad de León y de la JOL (Joven Orquesta Leonesa) en 2014. A los ofrecimiento de llevar la Fundación a Madrid siempre ha dicho que no: “Nació en León y aquí se queda”.

El camino, claro, no resulta sencillo. La principal ayuda institucional procede del INAEM (Instituto Nacional de Artes Escénicas y de la Música), perteneciente al Ministerio de Cultura. El resto son apenas testimoniales (o directamente ausentes) de administraciones que se implicaron más en el pasado. El mecenazgo resulta “flojísimo”. “Apenas surgen pequeños mecenas”, admite entre el lamento de que “no haya calado” esta figura y el aplauso a la respuesta al concierto solidario por Ucrania. La pandemia obligó a cerrar la sala, que se reabrió en cuanto lo permitieron las autoridades, adaptada a las circunstancias. “Soy una cabezona”, resuelve Margarita Morais, que este jueves 29 de junio recibirá de manos de la reina Sofía el Premio Valor Añadido a la Educación, un galardón que convoca la Fundación Transforma España en colaboración con BBVA. Será un buen momento para seguir sonriendo.

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